lunes, 23 de abril de 2012

Redondas desprendidas del agua de la mañana

Después de una ducha matutina, las dos están mucho más calmadas, pero aún en movimiento. 
Hasta hace pocos minutos ambas pegaban dinámicos saltitos, rebotaban entre sí, e incluso con otras, chocaban contra las paredes, contra las cortinas, contra los productos cosméticos, contra las llaves del baño.

Siempre han sido muy juguetonas, muy saltarinas, muy cambiantes, muy cinéticas. 
El baño, con paredes de baldosa, queda siempre empapado después de la inquieta, agitada y tormentosa aparición de ellas.

Pero poco a poco, una vez que la ducha se ha terminado, una vez que la puerta se ha abierto, una vez que las llaves se han cerrado, va desapareciendo, muy lentamente (y casi de forma imperceptible), cualquier vestigio de que han estado ahí. Sin embargo, las más de las veces, sobre todo en los días muy húmedos, permanecen arraigadas al cuarto de baño el mayor tiempo posible, a menos que alguien se los impida, pero esto último es poco común.

Sin embargo, cuando alguien abre las ventanas, o la puerta de par en par, se van yendo, más rápida o más lentamente, dependiendo del frío que embriague la mañana.

Cuando todavía yacen recostadas de alguna baldosa de la pared del baño, se escurren, alcanzando a la que se encuentra más abajo, se unen, intercambiando roles, juntas se mueven, formando otra (más grande), se acompañan, resbalándose como desde un tobogán... 

Bailan a un ritmo natural, gravitatorio, suave en ocasiones, o incluso de forma entrecortada en otras... se aumenta el ritmo, veloces, se desbocan..., ligeras, sueltas, sencillas, únicas.  
Dentro de la misma baldosa se divierten durante un tiempo para nada prolongado, pero que viven con intensidad. 

Y, de repente, en un largo y asfixiante abrazo, deciden lanzarse al abismo, entre la grieta de una baldosa y otra, regalándose al suicidio, a la extinción, al conformismo de su desaparición.



Ahora la baldosa está seca, esperando que otras dos, o más, al siguiente día, vuelvan a sufrir sus fuerzas intermoleculares intensamente; vuelvan a incluirla en su juego de capilaridad; vuelva a producirse el hermoso fenómeno de una menor o mayor tensión entre ellas, conforme a los cambios de temperatura; vuelva a ocurrir el milagro alegre, silencioso, escurridizo, inevitable. 

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