martes, 20 de marzo de 2012

La arrogancia requerida

Arrogancia, dos definiciones se ofrecen, generalmente, en los diccionarios comunes: 1) Actitud de la persona orgullosa y soberbia que se cree superior a los demás. Altanería, altivez. 2) Valor y decisión en la forma de actuar. Gallardía. 

¿Nunca se han sentido al menos un poco arrogantes? Si la respuesta inmediata es "no", repensemos. 

En las entrevistas de trabajo, por mencionar apenas un ejemplo, nos piden que nos describamos. Que digamos cuál es nuestra mayor virtud, cuál nuestro mayor defecto. Muchos han optado por confesar que su mayor defecto es "ser perfeccionistas" (respuesta inteligente, de doble filo, que deja traslucir, en definitiva, cuán arrogantes somos). Sí, detrás del perfeccionismo anhelado y confesado, con orgullo o sin él, reside la arrogancia. El hecho de creer que nadie haría mejor una tarea que nosotros mismos, esconde la temida y mal vista arrogancia. Esa virtud (para mí más virtud que defecto) resulta atractiva. Quizá por ello, esos muchos, descritos anteriormente, eligieron ese defecto que mejor los describe en una entrevista laboral. Muchas veces he tratado de evaluar si están en lo correcto, si de verdad captarán de esa manera, la atención de manera positiva. Y ha sido una tarea verdaderamente retadora.


Hecho: Van a una fiesta. Hablo desde el punto de vista femenino. Esto último tenía que aclararlo, por si acaso surgen objeciones (que siempre son bienvenidas). Vuelvo, salgo de mis múltiples tangentes... van a una fiesta: Conocen gente nueva, comienza a hablar alguno de los invitados. Habla para todos, si es que tiene facilidad para expresarse en público. Ese mismo que habla para todos, eleva un poco la voz (por la música de fondo, a veces estridente; las risas esquinadas de otros tantos que no están plenamente integrados en la conversación que dirige el invitado hablador; algunos criticándose entre sí, distraídos; otros en la cocina hacen ruidos preparando los tragos, los pasapalos, etc.). Ese que habla, mira a los oyentes a los ojos. Desarrolla un tema, se expresa bien, mueve los brazos, sonríe. Si no dijo nada fuera de lugar, captará la atención (generalmente de forma positiva). Ese que habla para todos se hace el modesto, a veces, se pone en ridículo a sí mismo para generar empatía con la audiencia y compasión de la misma frente a los hechos narrados (mejor aún si son avergonzantes). 

Algunos de los oyentes hasta suspirarán (en sus adentros, claro está, y más si ya tienen unas copitas de más encima): "¡Qué elocuente!, ¡cuánta verdad!, ¡se las trae, el/la tal Fulanito (a)!, ¡sí, claro, además de pensar bien, se expresa bien!". Ese que tuvo la osadía de hablar, sin duda, aprovechó la ocasión (de forma consciente, o no) para seducir. Y no estoy inventando nada nuevo (¡lamentablemente!), sucede siempre, desde siempre y, para siempre, seguirá sucediendo. Sobre todo en política. Ya Platón y Aristóteles se encargaron de todo este asunto hace mucho rato y los teóricos de la argumentación lo describen en mayor detalle y con mucho más fundamento. Lo que yo deseo ampliar son estas definiciones propuestas por el diccionario (tanto la positiva, la número 2, como la negativa, la número 1) de la arrogancia. Nos empeñamos durante las llamadas conversaciones de café (aunque lo que termine tomándose uno sea una cerveza o un simple, pero sabroso, té con limón) en desteñir y desinflar a aquellos que no nos parecen humildes... "¿Qué se creerá?" solemos cuchichearnos los unos a los otros cuando queremos dejar en claro que el ego ajeno nos molesta, nos perturba. Pues pienso que, precisamente, el ego es lo que mantiene las sociedades, tales y cuales las conocemos. Esa seguridad que transmite, a través de una charla fiestera, el/la que se ha atrevido a hablar es una de las virtudes más admirables que conozco. Una de las que, sin duda, con copitas o no, me haría suspirar. ¿Por qué pienso (y seguramente no soy la única) mantiene la existencia de las sociedades? Por un fenómeno práctico y biológico: la selección natural. O al menos eso creo. No es sólo una cuestión física, de estética, de olor, de hormonas, de atracción, de tono de voz, de química, en fin, es también una cuestión de saber imponerse frente al grupo. Esa imposición, si está dotada de arrogancia, permitirá, sin duda, que ese suspiro se convierta en algo más, admiración quizá (o envidia los más de los casos). Esa huella territorial que graban algunos seres humanos a través de la expresión oral de pensamientos diversos, en reuniones comunes y no tan comunes, permite a la audiencia descartar. Descartar quién será el líder de ahora en adelante... seleccionar a quiénes quisiera invitar más seguido... ¿o no?

Las ideas que consideramos las mejores, los chistes que consideramos los más graciosos, los mandatos que consideramos los más idóneos (para que se desarrollen los eventos más cómoda y fluidamente), provienen siempre del que se atrevió a hablar. Romper el cascarón, vencer el miedo o la vergüenza, opinar, elevar la voz, sonreír, mirar y parpadear, dejar mostrar las emociones de vez en cuando precisamente para conmover a los interlocutores, son todas estrategias que, conscientes o inconscientes, atrapan a cualquiera, hasta al más exigente. 

Me pregunto para qué servirá mentir en una entrevista y confesar que nos encanta trabajar en equipo. Supongo que la mayoría de las personas que se tomen un tiempito para leer esta nota se acordarán de aquella vez en que todo el trabajo lo hicieron ustedes solos, porque no confiaban en los demás (y lo peor del caso es que ni les importó), o que terminaron corrigiendo aun la versión final de tal o cual proyecto esa madrugada previa a la entrega, porque no estaban seguros de que Sultanito (a) se hubiese cerciorado de que todo estuviese bien escrito y explicado lo mejor posible, o hubiese sido, en definitiva, tan detallista como ustedes. Y hay más. Alguno también recordará cómo su mejor amigo en la universidad le sopló que tenía un error en la respuesta y, sin embargo, NO lo corrigió. 

No pondremos en duda que por la existencia de la arrogancia, se hacen posibles nuevos inventos e investigaciones, se abre paso a la tan alabada y requerida evolución. El reto que supone creernos superiores que el de al lado y mejorar lo propuesto anteriormente, nos permite a las sociedades crecer cada día, un poquito más y otro más... No olvidemos que uno de los puntos clave que exigen los altos y despreciables empresarios reside en la "proactividad" o la "optimización" de los procesos ya existentes...  

Pero hay otro tipo de arrogantes, los que encasillo en la definición número 1. Esos son los arrogantes escondidos. Son los arrogantes que no se atreven a hablar en las reuniones, que no confiesan que su defecto es el perfeccionismo y que serían incapaces de alardear sus éxitos, pero que sí ventilan sus fracasos. Particularmente, les tengo menos admiración y en ocasiones incluso más confianza. Paradoja que resulta un poco difícil de interpretar, incluso para mí que deseo entenderlo (y expresarlo) lo mejor posible. Lo trataré de explicar enseguida. De estos arrogantes siempre me estoy esperando que creen algo, que mejoren algo, que confiesen algo (porque estoy segura que si lo hicieran, si algún día se atrevieran a, serían sencillamente insuperables). Los arrogantes escondidos no escriben (aunque consideran que todo lo escrito es mejorable por ellos), no hablan (aunque saben que podrían expresarse mejor que los parlanchines), no crean (porque no quieren opacar al resto del mundo). Esos arrogantes escondidos no hacen sino quejarse de lo existente, pero no lo mejoran ni se enfocan en, porque sencillamente "no vale la pena" o se sentirían un arrogante más del montón. Son patéticos y genios. Son infames y con alto coeficiente intelectual. Su paso por la tierra no deja una huella, ni dos, no son líderes ni nunca lo serán (y poco les importa), desprecian todo lo creado, se indignan muy a menudo y admiran (o envidian), en secreto, a los arrogantes número 2, quienes fueron capaces de vencer el miedo e innovar y mejorar (y, en las palabras de un arrogante número 1, "hacer el ridículo"). Estoy casi segura que los grandes, los grandiosos, los magnánimos, históricamente hablando (Copérnico, Da Vinci, Galilei, Darwin, Watt, Einstein, Newton, Pitágoras, Arquímedes, y pare Ud. de contar), pertenecen a esta categoría pero que superaron los miedos y vencieron los prejuicios, convirtiéndose en la definición 2.  

No se sientan halagados los que se catalogaron en la definición 2, pues estoy dispuesta a aseverar que todos tenemos un poco de ambas. Lamentable (¿o afortunadamente?), unos más de la 1 que de la 2, pero ese es otro tema. Quien carece de arrogancia (1 ó 2), no surge, no impacta, no enferma, no inventa, no evoluciona, no apasiona, no sufre, no seduce, no enamora...             

    
  

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