martes, 13 de marzo de 2012

La obsesión de Pánfilo Anacleto

Hoy quiero compartir con ustedes una historia que me contó un hombre con una característica un tanto desagradable, mientras viajábamos en un autobús... 

Pánfilo Anacleto, de aproximadamente 38 años, estatura promedio, nacionalidad desconocida, sonrisa perfecta pero que no emplea frecuentemente, contextura delgada y siempre muy ocupado, tiene una obsesión (o varias, pero una en particular lo deja sin aire la mayor parte del tiempo, sobre todo en las noches). De la obsesión hablaré en breve, pero primero quiero describir qué hace Pánfilo Anacleto (al que de ahora en más, por la complejidad y longitud de su nombre, empezaré a denominar únicamente P.A.) con sus días, sus tardes y sus noches. P.A. hombre sencillo, observador y detallista disfruta al máximo los paseos en autobús. Hay pocas cosas en la vida que distraigan y conforten tanto a P.A. como mirar por las ventanas de los autobuses y ver, además, quiénes suben y bajan del, a veces tan concurrido, sistema de transporte. P.A. los observa a todos, a las mujeres sobre todo, y quiere siempre acomodarles, ajustarles, algo. En su cabeza, imagina cómo sería esa persona sin ese lunar, si tuviera el cuello de la camisa derecho, si tuviera pecas, si usara tacones, si se afeitara, si se cepillara los dientes con frecuencia (con hilo dental incluido), si empleara un exfoliante en las noches, si se cortara las uñas un poco, si se dejara crecer el cabello, si se tatuara la muñeca o la rodilla, si se ejercitara al menos un día a la semana ("¡por favor!"), si dejara de asirse al asiento delantero con las manos grasientas de las empanadas de pollo que acaba de ingerir golosamente... P.A. se lo pregunta todo, lo acomoda todo mentalmente y se siente satisfecho al ver reconstruida la persona en su imaginación. Para P.A. todos tienen un defecto que los aleja de la belleza, no de la perfección, pero sí de la belleza. 





P.A. trabaja en un periódico redactando artículos aburridísimos (en sus propias palabras) de opinión acerca de los deportes de moda. P.A. consiguió ese trabajo por medio de un amigo de la prima de su abuela, que un gris domingo fue a almorzar a la casa cuando P.A. la visitó. Le comentó que estaba desempleado, pero que era bastante prolijo con la escritura, detallista al máximo, obsesivo con los errores gramaticales, ortográficos, estilísticos, etcétera y, además, muy puntual. Al amigo de la prima de su abuela estas características lo convencieron y pasó el dato al periodicucho donde ahora trabaja P.A. Tan mal no está ese empleo dentro de todo, le da de comer, le permite darse esos lujos que tiene, puede visitar al odontólogo al menos una vez por semana y, además, sólo trabaja 6 horas por día, lo que le permite realmente dedicarse a su dentadura. La obsesión de P.A., a la que me refería inicialmente, tiene que ver, sin duda, con los dientes. 

P.A. siempre tarda limpiando su dentadura unas dos horas, en promedio, por día. Tiene cualquier cantidad de enjuagues bucales, distintos tipos de hilo dental, se conoce todos los sabores, colores y olores de las pastas de dientes del mercado (nacional e internacional) y, además, añade gasa a su tratamiento diario (pues, según él, no sólo son los dientes los que uno debe limpiarse, sino las encías, el paladar, los cachetes, todo todito todo, nada debe quedar por fuera, porque ahí, precisamente ahí, en ese pequeño punto ciego empieza el problema, la bacteria, la obsesión...). P.A., como señalé con anterioridad, visita al odontólogo una vez semanal, sin falta, a realizarse una limpieza con flúor que ya está acabando prácticamente con su esmalte y, a pesar que el odontólogo se lo ha advertido en más de una ocasión, P.A. lo ignora y sigue yendo y yendo y yendo, hasta un día amenazar a su dentista con visitar a otro si el de turno seguía con sus "advertencias insensatas". Pero la obsesión de P.A. no termina aquí, cuando va a dormir P.A. sueña terribles pesadillas alrededor de sus dientes. Sueña que los mastica, los tritura, los pierde. La sangre y los pedazos de dientes salen de su boca, los escupe, los guarda intranquilo porque mañana irá al médico y él seguro sabrá acomodarlos, siente náuseas, dolor, desespero, asfixia, los pierde todos, no los recupera, no será posible la reconstrucción (dice el doctor en su sueño). P.A. se martiriza con esta pesadilla que lo persigue casi todos los días de su vida. No quiere ir al psicólogo, porque es muy discreto, muy reservado, se avergüenza con facilidad, sobre todo de aquello que tenga que ver, precisamente, con su dentadura. Se mira al espejo y sonríe falsamente, mañana, media mañana, mediodía, tarde, noche y medianoche para comprobar que su dentadura perfecta no ha dejado de serlo, pierde la cuenta de cuántas veces se los cepilla, con fruición, con esmero, con antojo, con perseverancia. Pero llega la terrible noche, P.A. vuelve a tener ese sueño recurrente, unos días son peores que otros. Unos días se atraganta con sus propios dientes, más sangre, más dolor, más angustia. Y así ha pasado P.A. sus años de vida, desde que puede recordar, siempre igual. Pero a medida que P.A. va envejeciendo, las pesadillas son cada vez más frecuentes y empieza a obsesionarse también de día, cuando despierto cae en ensoñaciones que lo llevan a desviar, incluso, su atención de los transeúntes, de los otros pasajeros en el autobús, de los otros periodistas, compañeros de trabajo. Ya no visita tanto a su abuela, ya no puede pensar en otra cosa que no sean sus dientes y el acoso nocturno simplemente no lo deja dormir más. 

Para su cumpleaños número 39, sábado 23 de octubre, P.A. toma una decisión "sin vuelta atrás". P.A. ya no seguirá soñando más. P.A. ha encontrado la solución a su obsesión. Se levanta muy temprano, se cepilla los dientes (respetando los movimientos circulares y de arriba a abajo y de abajo arriba y todo lo demás, hilo dental, enjuague bucal, gasa por encías y zonas aledañas), desayuna, se los vuelve a cepillar (respetando los movimientos circulares y de arriba a abajo y de abajo arriba y todo lo demás, hilo dental, enjuague bucal, gasa por encías y zonas aledañas), hace su rutina de ejercicios, trotando 10 Km alrededor del parque más cercano, regresa a casa no sin antes pasar por la ferretería, pues casi ha olvidado lo que tenía que comprar, llega a casa, se cepilla nuevamente (respetando los movimientos circulares y de arriba a abajo y de abajo arriba y todo lo demás, hilo dental, enjuague bucal, gasa por encías y zonas aledañas), toma lo que ha comprado, se mira frente al espejo y hace realidad la pesadilla...: Con toda la decisión, se martilla uno a uno los dientes, caen por el lavadero triturados, rotos, algunos completos, la sangrienta imagen se refleja en el espejo, que se ha astillado en el lado derecho gracias a uno de los movimientos bruscos y repentinos de la mano derecha de P.A. en contra de su propia cara, de sus propios dientes, en contra de esa sonrisa que no utilizará nunca más, ni siquiera en las ocasiones en las que solía emplearla (bautizos, bodas, cumpleaños, alguna que otra cita en la que quería conquistarla a ella, a la otra que consiguió aquel día también de sonrisa perfecta), P.A. no grita, no se queja, aguanta el dolor, es un macho, un macho cabrío. Cuando ha terminado su ardua tarea, dos lagrimones cubren su rostro. Está perdido, está salvado. Todo pasó tan rápido, ya casi no recuerda cómo comenzó. 

P.A. está ahora a mi lado, en el autobús, "eso pasó hace años", me dice, "hace unos 15 años", "ahora soy un hombre distinto, calmado, no acomodo a la gente en mi mente, ahorré mucho dinero después de mi decisión y sólo viajo en autobús una vez a la semana, los otros días viajo en taxi, tomo vacaciones con mucha frecuencia, a veces voy a cruceros, no me casé nunca pero tengo un gato, es muy simpático y juguetón". Yo, por mi parte, al término de su historia, me bajé del autobús, corrí a cepillarme los dientes (respetando los movimientos circulares y de arriba a abajo y de abajo arriba y todo lo demás, hilo dental, enjuague bucal, gasa por encías y zonas aledañas) y juré frente al espejo, una y otra vez, nunca, nunca, nunca, comprar martillos. 

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