jueves, 29 de marzo de 2012

Pícaro paladar

Somos un grupo de cuatro. Estamos en el mar, ¡qué día soleado!, exclama Número 1, Número 2 asiente con un movimiento rápido de cabeza, mientras Número 3 y yo nos zambullimos, salimos a la superficie, volvemos a zambullirnos, aguantamos la respiración y nadamos ligeros. El sol está particularmente intenso hoy, por lo cual la playa está repleta de gente. Curiosamente, tenemos el sentido de la visión muy bien desarrollado y, por lo tanto, podemos observar a grandes distancias, e inclusive percibir detalles que para otros serían insignificantes: A lo lejos, se divisa un grupo de gorditos jugando con una pelota de volleyball. Hacia el lugar de las sombrillas, a la izquierda de la playa, algunos más pequeñitos construyen (o más bien, intentan construir) cosas con la arena, ellos dicen que "castillos", nosotros pensamos que no pueden estar más alejados del arte en este momento. Pero igualmente, se ven tiernitos. A nuestra derecha, a unos 15 metros de distancia, hay un bote. En el bote, debe haber aproximadamente unas 8 personas, 4 regordetas, 3 muy delgadas y 1 normal. Nos divertimos así: escogiendo quién luce de una manera, quién de otra. No distinguimos el sexo, únicamente su peso y la actividad que realizan. 

Número 3 es el más chistoso de nosotros, siempre dice que se ha sentido atraído por los más delgados, pero que sabe que en los más rellenitos "hay más sabor". Es muy caribeño Número 3, siempre tiene esas salidas musicales que nos alegran tanto a los otros. Nos conocimos un día por casualidad, nadando, Número 2 y Número 1 siempre son los más rápidos, pueden nadar kilómetros sin inmutarse, pero estoy dispuesto a asegurar que soy el más ágil de todos. No hay día en que no consiga el objetivo deseado, admirado. Todo gracias a que sé limitar la fricción contra el agua, haciendo mis desplazamientos mucho más fluidos. Ellos me aplauden, yo, me inflo de orgullo. Pero, aunque siempre he sido así, un poco arrogante, los admiro mucho a ellos. La velocidad, la agilidad para hacer de todas las situaciones un evento divertido y risible, son aptitudes y actitudes de las cuales, lamentablemente, carezco. Sin embargo, entre los 4, hemos logrado hallar un equilibrio tan armónico que desde hace un par de años somos amigos inseparables, y no sólo nos respetamos entre nosotros, sino que compartimos nuestras vidas casi a diario... Nos encanta nadar en lo profundo. El mar siempre salado, majestuoso, nos llena de calma, nos consuela, nos arrulla. Conocemos a otros, compartimos todos. Es muy hermoso este lugar. Es muy cálido, muy acogedor. Nos conmueven mucho los surfistas, ¡qué osados, qué valientes! Número 1 siempre se les queda viendo con los ojos bien abiertos, como embobado, como en medio de una ensoñación. A mí me gustan esos túneles que lograr armar con las olas, no debe ser tarea fácil ayudarse apenas de una tabla para lograr tales ondulaciones, tales espirales. 

Hay momentos en los que nos gusta más nadar en la orilla, allí sin duda sentimos menos libertad pero tenemos mejor visión y logramos, sin apuro, con detenimiento y clasificación, determinar qué persona, de las que están cerca de nosotros, nos atrae más. Número 3 siempre con sus chistes y sus enormes dientes torcidos, acompañando cada una de sus payasadas, nos hace prácticamente llorar de la risa y Número 2, el más recatado, silencioso y sigiloso, a veces nos exige un poco de discreción. Como no tiene muy buen carácter, guardamos silencio por algunos minutos, y luego empieza el bochinche otra vez. A veces, cuando estoy solo, miro el cielo y recuerdo algunas de nuestras salidas anteriores y sonrío. ¡Cómo nos encanta este lado de la playa! Las voces, unas lejanas, otras más cercanas, los gritos de los más grandes sobre los pequeños cuando se alejan de la orilla y se van mucho "hacia lo hondo", los pelícanos al ras del agua, escogiendo su presa, las nubes y sus formas caprichosas, el viento a veces hacia una dirección, a veces hacia otra, el sonido de las olas contra las piedras de eso que ellos llaman "malecón", el verde de algunas palmeras, los cocos caídos, el olor de la sal... la gente. 

Ocurre algo inesperado: Alguien del bote nos ha visto, nos pone mala cara y nos señala (quizá porque nos hemos acercado mucho a su espacio). Los demás, también empiezan a señalarnos, incluso a gesticular más de la cuenta y a uno de los más delgados se le ocurre lanzarnos algo. Nosotros no sabemos identificar muy bien qué es y tratamos de esquivarlo, ahora se ha roto la calma que nos guiaba en este día caluroso e iluminado, ahora estamos disgustados por esa reacción violenta de los dueños del bote. Minutos antes, Número 2 nos había comentado que, de pronto, se encontraba muy hambriento, nos había mirado malhumorado, había dejado de reírse de las bromas de nuestro compañero y había propuesto que nos retiráramos a buscar algo de comida. Pero ahora, tras el asalto de los del bote, nos pide que lo acompañemos a saciar su hambre, ya no tan lejos del lugar en el cual nos encontramos. Asentimos, un poco desconcertados por el griterío que empieza a formarse a nuestro alrededor, les digo a Número 3 y a Número 1 que cerca de la proa, donde están los 4 regordetes comiendo empanadas, es posible que encontremos algo para aplacar el antojo de Número 2. Nos acercamos más, incluso tranquilos, sin mucho aspaviento, no nos gustan los grandes escándalos, el sol calienta nuestra aleta, el agua salada impregna nuestra boca, miramos fijamente al regordete 1 y al regordete 3, escoge cada uno su víctima, nos abalanzamos sobre el bote, griterío y desconcierto opaca la serenidad del mar, los 3 delgados buscan redes, arpones, nos lanzan sus latas de cerveza helada, no logran dominarnos, leemos desespero en sus miradas, se alborota ahora mi hambre, la de Número 3 y la de Número 1, la saciamos...

Yo escogí al normal, antes de que terminara de pronunciar, entre alaridos, el nombre de nuestra especie. Sangre, latas, mallas, pedazos de madera, aceite, serenidad. Los otros, tras el innecesario enfrentamiento, se han retirado. ¡Qué ganas de echar a perder los domingos!


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